viernes, 27 de febrero de 2009

Globo

Voy hasta la esquina de Alberdi y Murguiondo.
Apenas cruzo la calle, el vendedor de globos gira su cabeza y me mira, como si un mensaje telepático le hubiera avisado de mi presencia.
Le pido un globo enorme, amarillo, con un anillo verde alrededor que me hace acordar a Saturno.
Camino unas cuadras hasta la plaza y me escondo en el lugar mas alejado para que nadie me vea, levanto la mano lo mas alto posible y me agacho.
Ojalá que nadie me descubra.
Pego un salto, el mas alto que haya dado en mi vida.
Y empiezo a flotar. Primero con algunos breves descensos pero luego todo se estabiliza y sigo subiendo.
Puedo ver todo el barrio, los autos, el techo de mi casa, las avenidas, el hospital y el cielo que se me acerca.
Si alguien pregunta por mi, díganle que no vuelvo mas.

martes, 24 de febrero de 2009

Gigantes

Realmente no entendía: los gigantes andaban por todo el barrio repartiendo volantes, luciendo enormes galeras y sacos con lentejuelas y nadie se sorprendía.
Yo estaba espantado y a la noche soñaba horribles pesadillas con esos tipos enormes que siempre terminaban aplastándome con un pisotón como a una hormiga.
Hasta los 30 años (la edad que tengo ahora) se me aparecieron furiosamente en cada madrugada para reventar mi interior.
Pero hoy los descubrí: son unos estúpidos grandulones montados en zancos.

martes, 10 de febrero de 2009

Transparente

Por un inexplicable e inédito problema de pigmentación, el hijo de los Menna había nacido con la piel transparente.
Sus órganos aparecían entonces desnudos, podían verse claramente las arterias y el corazón empujando la sangre a través de ellas.
La cara, tal vez el lugar mas impresionante de su defecto, mostraba las encías vacías de dientes y los ojos que parecían nunca cerrarse.
Nadie tenía un tratamiento, un placebo, algo que remediara la situación.
Por lo demás, su salud era normal por lo que sus padres decidieron llevarlo a su casa.
Pero la señora Menna no podía dormir y tenía pesadillas con su propio hijo convertido en un atlas humano viviente.
Al tercer día, compro pintura en aerosol y roció el cuerpecito con pintura negra. Su hijo, intoxicado, murió en pocos minutos.
Al morir, recuperó su color natural y la pintura negra despareció, como un cambio de figuritas de nuestra mas tierna infancia