jueves, 29 de mayo de 2008

La mudanza de la casa vacia

La verdad es que no supimos manejar la situación con respecto a como le decíamos a la abuela que el abuelo Carmelo había muerto.
Nosotros suponíamos que la frágil salud que sufría servía como preaviso para cualquiera, incluso para la ella. A eso le sumábamos el tema de la edad; ochenta años siempre parecen ser suficientes para morirse.
Pero habíamos olvidado que nuestra perspectiva cronológica no es igual a la de la abuela. Para ella seguían siendo dos adolescentes recién casados, para los que todavía faltaba mucho para el tiempo de los disgustos.
El sol entraba a pleno por el techo corredizo de la camioneta, y calor creaba un clima agradable para ese otoño tan bravo que habíamos tenido.
Mientras pensábamos mil maneras de dar la noticia, y sin quererlo, nos íbamos acercando a donde nunca queríamos llegar, a la casona de patio generoso y galerías frescas, llenas de hortensias y de jazmines, con la cucha del Boby en el medio del camino y la mesa hecha de recortes de mosaico a un costado.
Estacionamos en la puerta y la abuela, que siempre venía a abrir sin esperar a que la visita tocara el timbre, extrañamente, esta vez no salió. Se quedó esperando en la cocina, a que llamáramos nosotros, a que tengamos que molestarnos hasta ella si es que queríamos darle una mala noticia.
Después de escuchar el timbre que sonaba con insistencia, tomó envión en los apoya brazos del sillón y se acercó arrastrando los pies hasta la puerta de calle. Antes de llegar tuvo el detalle de cortar una hoja seca del jazminero y tirarla al suelo. Miró las ramas de la parra diciéndose que había que podarla. En realidad, ya no sabía en que mas detenerse.
Así, cumpliendo con todo ese protocolo burocrático, llegó a la puerta. Nos obsevó a través del vidrio recortado, giró la llave y abrió. Se quedó callada como esperando que nosotros habláramos primero, pero la angustia se nos notaba en al cara y la garganta se inundaba de lágrimas que no podían salir por los ojos.
Nos miró fijamente y desde la autoridad que le daban sus 80 nos dijo: "Ustedes vienen para decirme que se murió el abuelo”.
Ante semejante convencimiento, no tuvimos mas que silencio y espasmos de cabeza gacha por la vergüenza que nos daba no saber remontar la situación. Pero siguió hablando, con nosotros malamente fascinados por su entereza.
"No me digan nada. Fue a las 5 de mañana. Yo estaba durmiendo y a esa hora, de noche todavía, un pájaro se paró en la parra y empezó a cantar. En el campo dicen que si un pájaro canta de noche, es señal de que alguien de la casa se va a morir."
Nosotros seguíamos ahí, petrificados. Fue hasta la cocina, volvio con un bolso y nos dijo que hagamos de cuenta que se había ido con el abuelo.
Esas fueron sus últimas palabras. Caminó para el lado de la avenida, dobló en la esquina y nunca mas volvimos a verla.
El resto de la familia nunca nos perdonó nuestra actitud, pero por mas que contemos como fueron las cosas, nunca nadie va a entender como son las cosas vistas desde el lugar donde el vacío ocupó todos los lugares.

martes, 27 de mayo de 2008

Gajes del oficio (cuento leido)

La mayoría de los cuentos aqui publicados están grabados en audio; el motivo inicial de esta práctica era que tuvieran acceso las personas que no podian leer. Luego use muchos de estos audios para mis frustrados programas radiales y finalmente duermen en mis propios CD. Este es el primero que subo en ambos formatos (texto y audio). Si puedo, ire subiendo de a poco los demas que ya fueon publicados aqui mismo..
Gabriel F Gamboa

GAJES DE OFICIO

El empleado apoyo sus manos sobre el abdomen del cadáver, sin saber que cuando el aire pasa por la garganta, mueve las cuerdas vocales y el muerto emite un "OOOOOOOOOOO" corto y seco.
El empleado renuncio inmediatamente a su trabajo y el jefe rió a carcajadas por la nueva víctima.


AQUI EL AUDIO

Lucia (para ella la guerra nunca terminó)

Lucía vivió prisionera. De su padre primero. De su marido después. De sus hermanos mas tarde. De sus sobrinos al final. Al ser la mayor, soltera y sin hijos, se convirtió en la “segunda madre” de todos como si esto significara algo para ella.
No. De ninguna manera, no es ni siquiera una ventanita en lo alto de su celda.
Algunas noches, sueña que se despierta y cierra la puerta por donde entra el frío de la frustración, para después volver a dormirse plácidamente. Otras, que vuelve a su pueblo y la están esperando con los brazos abiertos y que todo permaneció extrañamente igual, detenido en el tiempo, recordándola.
Cuando despierta, tiene que esforzarse para darse cuenta de que no es una monja de clausura, y que los votos que practica son contra su voluntad. Y se da cuenta que es mas fácil crear un imperio que liberarse de él.

sábado, 24 de mayo de 2008

El tucu

...”al mundo nada le importa,
yira, yira”..
.
E. S. Discepolo


El hombre estaba sentado en la plaza que está frente a Tribunales. Desde allí tenía la perspectiva justa que daba a la casa de electrodomésticos donde en los televisores daban un documental de Jaques Costeau. Veía las imágenes del fondo del mar y se hacía su propio relato imposibilitado de obtener el audio. Se distraía bastante seguido con las minifaldas de las secretarias que a esa hora se apuraban por llegar a horario al trabajo. Cuando terminó el documental, pusieron un partido de fútbol europeo, pero esta programación lo aburrió enormemente. Se levantó y empezó a caminar hacia Cerrito en busca de dos cosas: algo para comer y un poco de sol por que las sombras ya habían invadido la plaza y el frío se hacía sentir por mas que tuviera dos pares de guantes.
Instalado ya en la plazoleta que hace de la 9 de Julio la avenida mas ancha del mundo, según infundadas creencias porteñas, se dedicó a observar el tránsito en dirección a Retiro, de espaldas a Constitución. Tomó un trago de la cajita de vino tinto que tenía debajo del sobretodo que le había robado a otro vago en una pelea en el comedor de noche hace una semana, y se quedó ahí sentado, pensativo, aburrido, recordando su llegada a Buenos Aires, justamente ahí en Retiro cuando llegó de Tucumán dispuesto a trabajar de cualquier cosa con tal de juntar unos pesos. Lástima que nunca pudo encontrar al amigo de su primo, que lo iba a ubicar en una fábrica de tela engomada de Valentín Alsina para encargarse de la limpieza. Pero esta ciudad es tan grande para su acotado sentido de ubicación... ahora mismo, después de 10 años acá, todavía no se sabe ubicar bien para llegar al comedor y el tránsito le da miedo. El ruido lo pone muy nervioso. Tanto, que hay veces que prefiere no comer para quedarse tranquilo.
Mientras va llegando la noche, se va arrimando hasta el banquito que está justo entre las dos torres mas altas de la ciudad. Hoy tampoco irá al comedor; en todo caso si consigue algo por ahí, comerá y si no, no.
El viento que corre en su improvisado dormitorio es impresionante; los edificios parecen soplar sobre él, que se cubre como puede con una caja de cartón. Cada tanto logra dormir unos minutos, hasta que el frío lo vuelve a despertar. Y eso que hoy no llueve. Ayer un cartonero le enseñó que si se pone una caja sin desarmar en la cabeza, puede mínimamente calentar el aire que respira y dormir un poco mas.
Y le hizo caso. ¡Y el tipo tenía razón!. Durmió sin interrupciones. Y hasta soñó que justo que el tren salía de Tucumán para Buenos Aires, su madre lo llamaba desesperada pare decirle que se quedara.
Y nunca mas pudo despertar de ese sueño.

viernes, 23 de mayo de 2008

Memere y el agua

...”a tense workplace is a productive workplace”...
Mr. Burns




Abel Memere nunca había aprendido a nadar. A los 3 años tuvo su primer espanto al no poder mantenerse en pie en una pileta de club barato; con el agua hasta el mentón y el fondo lleno de musgo, patinó y se hundió varias veces, introduciendo bocanadas de agua en cada inmersión con un ruidoso ronquido asmático que provocaba la risa y la burla de los mayores que estaban con él. Y como en sus pesadillas, trataba de gritar y no podía.
Siempre recordó aquel día, e hizo todo lo posible para olvidarlo.Pero los miedos nunca se van y a la vez siempre regresan.

jueves, 22 de mayo de 2008

Dientes

Con la mayor naturalidad del mundo, levante con mi mano derecha la cabeza de quien sabe que decapitado que habia rodado hasta mi.
Meti el pulgar en su boca y la palma por debajo del mentón para poder tirarlo como si fuera una bola de bowling.
En ese momento me di cuenta de que el craneo, era de una niña. Una niña conocida por mi, pero que no podia identificar.
La cabeza, que aún latía, cerró fuerte la boca lastimando mi dedo. Grité por el dolor y al rato, unos minutos, cedió el mordiscón.
Supuse entonces que en algún lugar del mundo, el cuerpo decapitado de una niña acababa de morir.

viernes, 16 de mayo de 2008

La particular vision de Miguel

Otra vez la sombra. Miguel podía verla, la tenía allí, en el rabillo del ojo, pero no quería girar la cabeza para que no desapareciera. Su mujer estaba cansada de decirle que fuera al oculista, ese derrame no le gustaba nada y amenazaba hacerle estallar el cristalino en cualquier momento. Pero Miguel estaba mas preocupado por averiguar de donde provenía la sombra y, sobre todo, quien miraba a quien. Le contaba a sus amigos mas íntimos que creía que la sombra que él veía era una imagen de algo en su interior y que si descubría que era, la haría desaparecer y posiblemente también desaparecería su derrame que ya parecía tener vida propia; lo sentía latir dentro de su ojo, extendiendo este latido hasta el párpado. La sombra, lo acompañaba a todos lados y a veces hasta creía que la gente también la veía, y sentía que todos apuntaban su mirada ahí, y que lo que para los demás era un simple y molesto derrame, para él era una presencia mucho mas abarcativa, un vigia de sus pasos y sobre todo de sus pensamientos. Tenía mucho miedo de que la sombra terminara cubriéndole todo el ojo, e inclusive que se mudara al otro, sin dejar este, como los hongos, y acabaran finalmente en muchas sombras extendidas en toda su visión. No hay nada mas distorsionado que la propia visión de los defectos; en este caso, ver “a través” de la sombra no es lo mismo que mirar “hacia” ella. Cuando llegó la noche, Miguel se acostó a dormir y a pensar en resolver su problema. Le molestaba mucho las miradas enfocadas directamente en su ojo, parecía que nadie le prestaba atención y esto lo deprimía. Fue con este pensamiento que cerró los ojos, el sano y el de la sombra. Se durmió enseguida y muy pronto empezó a soñar sueños muy psicodélicos con figuras inexplicables e indescriptibles enredadas entre sí y teñidas saturadamente de colores muy brillantes, mezclados en una obscena orgía cromática que lastimaba la visión. En el tiempo que duró este sueño, la sombra no apareció, recluida y dominada por la desfachatez de los colores que esta vez jugaban de local. Cuando despertó, Miguel pensó que estaba muerto: todo estaba a oscuras y creyó que aún no había abierto los ojos, pero al tocarlos sintió la humedad del cristalino y comprendió que la sombra había sido, por lo menos en ese sueño, el colmo de la discreción.

El hombre intocable

El pobre hombre no había podido convencer a nadie de su propia muerte; todos lo soñábamos siempre vivo y le recriminábamos que mintiera, por que estaba vivo, ahí lo veíamos, muy campante regando las plantas. Sin embargo nadie dudaba sobre su dolor de los últimos años al enfermarse de un cáncer doloroso e implacable, mas la muerte de su madre que mal predijo que ella moría para que su hijo se salve, obviamente convencida de que Dios compensaba así las cosas. El pobre hombre tampoco pudo descansar los primeros años de su nuevo status de muerto, ya que una huelga municipal hizo llevar su cuerpo a un depósito provisorio en el cementerio de la Chacarita, y recién después de un año pudo ir a su destino final en las galerías de nichos en Flores. De todas maneras, a los cinco años su cuerpo fue cremado al vencer el plazo de conservación en el cementerio, y sus cenizas ni siquiera fueron reclamadas por sus familiares. Por suerte tuvo siempre el recuerdo de la mujer que lo había amado en silencio y que vanamente había esperado que él cambiara su elección de celibato por amor a ella. Pero hasta eso le perdonaba; así era el amor que sentía por él. Y tuvo la constancia de recordárselo en cada aniversario de su muerte, colocando una rosa en su tumba. Para el pobre hombre ya era tarde. Posiblemente veía la rosa, pero no podía tocarla. Solamente salía a pasear por nuestros sueños que él convertía en pesadillas, cuando por las noches nos despertábamos llorando por haberlo visto sin poder tocarlo.