viernes, 16 de mayo de 2008

La particular vision de Miguel

Otra vez la sombra. Miguel podía verla, la tenía allí, en el rabillo del ojo, pero no quería girar la cabeza para que no desapareciera. Su mujer estaba cansada de decirle que fuera al oculista, ese derrame no le gustaba nada y amenazaba hacerle estallar el cristalino en cualquier momento. Pero Miguel estaba mas preocupado por averiguar de donde provenía la sombra y, sobre todo, quien miraba a quien. Le contaba a sus amigos mas íntimos que creía que la sombra que él veía era una imagen de algo en su interior y que si descubría que era, la haría desaparecer y posiblemente también desaparecería su derrame que ya parecía tener vida propia; lo sentía latir dentro de su ojo, extendiendo este latido hasta el párpado. La sombra, lo acompañaba a todos lados y a veces hasta creía que la gente también la veía, y sentía que todos apuntaban su mirada ahí, y que lo que para los demás era un simple y molesto derrame, para él era una presencia mucho mas abarcativa, un vigia de sus pasos y sobre todo de sus pensamientos. Tenía mucho miedo de que la sombra terminara cubriéndole todo el ojo, e inclusive que se mudara al otro, sin dejar este, como los hongos, y acabaran finalmente en muchas sombras extendidas en toda su visión. No hay nada mas distorsionado que la propia visión de los defectos; en este caso, ver “a través” de la sombra no es lo mismo que mirar “hacia” ella. Cuando llegó la noche, Miguel se acostó a dormir y a pensar en resolver su problema. Le molestaba mucho las miradas enfocadas directamente en su ojo, parecía que nadie le prestaba atención y esto lo deprimía. Fue con este pensamiento que cerró los ojos, el sano y el de la sombra. Se durmió enseguida y muy pronto empezó a soñar sueños muy psicodélicos con figuras inexplicables e indescriptibles enredadas entre sí y teñidas saturadamente de colores muy brillantes, mezclados en una obscena orgía cromática que lastimaba la visión. En el tiempo que duró este sueño, la sombra no apareció, recluida y dominada por la desfachatez de los colores que esta vez jugaban de local. Cuando despertó, Miguel pensó que estaba muerto: todo estaba a oscuras y creyó que aún no había abierto los ojos, pero al tocarlos sintió la humedad del cristalino y comprendió que la sombra había sido, por lo menos en ese sueño, el colmo de la discreción.

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