sábado, 24 de mayo de 2008

El tucu

...”al mundo nada le importa,
yira, yira”..
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E. S. Discepolo


El hombre estaba sentado en la plaza que está frente a Tribunales. Desde allí tenía la perspectiva justa que daba a la casa de electrodomésticos donde en los televisores daban un documental de Jaques Costeau. Veía las imágenes del fondo del mar y se hacía su propio relato imposibilitado de obtener el audio. Se distraía bastante seguido con las minifaldas de las secretarias que a esa hora se apuraban por llegar a horario al trabajo. Cuando terminó el documental, pusieron un partido de fútbol europeo, pero esta programación lo aburrió enormemente. Se levantó y empezó a caminar hacia Cerrito en busca de dos cosas: algo para comer y un poco de sol por que las sombras ya habían invadido la plaza y el frío se hacía sentir por mas que tuviera dos pares de guantes.
Instalado ya en la plazoleta que hace de la 9 de Julio la avenida mas ancha del mundo, según infundadas creencias porteñas, se dedicó a observar el tránsito en dirección a Retiro, de espaldas a Constitución. Tomó un trago de la cajita de vino tinto que tenía debajo del sobretodo que le había robado a otro vago en una pelea en el comedor de noche hace una semana, y se quedó ahí sentado, pensativo, aburrido, recordando su llegada a Buenos Aires, justamente ahí en Retiro cuando llegó de Tucumán dispuesto a trabajar de cualquier cosa con tal de juntar unos pesos. Lástima que nunca pudo encontrar al amigo de su primo, que lo iba a ubicar en una fábrica de tela engomada de Valentín Alsina para encargarse de la limpieza. Pero esta ciudad es tan grande para su acotado sentido de ubicación... ahora mismo, después de 10 años acá, todavía no se sabe ubicar bien para llegar al comedor y el tránsito le da miedo. El ruido lo pone muy nervioso. Tanto, que hay veces que prefiere no comer para quedarse tranquilo.
Mientras va llegando la noche, se va arrimando hasta el banquito que está justo entre las dos torres mas altas de la ciudad. Hoy tampoco irá al comedor; en todo caso si consigue algo por ahí, comerá y si no, no.
El viento que corre en su improvisado dormitorio es impresionante; los edificios parecen soplar sobre él, que se cubre como puede con una caja de cartón. Cada tanto logra dormir unos minutos, hasta que el frío lo vuelve a despertar. Y eso que hoy no llueve. Ayer un cartonero le enseñó que si se pone una caja sin desarmar en la cabeza, puede mínimamente calentar el aire que respira y dormir un poco mas.
Y le hizo caso. ¡Y el tipo tenía razón!. Durmió sin interrupciones. Y hasta soñó que justo que el tren salía de Tucumán para Buenos Aires, su madre lo llamaba desesperada pare decirle que se quedara.
Y nunca mas pudo despertar de ese sueño.