miércoles, 11 de junio de 2008

Sombra blanca

Había un barrio en la ciudad de Buenos Aires llamado Villa Otero.
En ese barrio existía un pasaje, una callecita de apenas 50 metros de largo cargada de historias tremendas, de visitantes desaparecidos y de silencios insoportables.
El pasaje de la Verdad (así se llamaba), era absolutamente oscuro, aún de día. Ninguna luz salía de él.
Tampoco había luz que pudiera penetrarlo; todos los intentos morían en sus propios límites.
Yo decidí ir a conocerlo; mi curiosidad fue mas fuerte al temor que me habían inculcado.
Llegué un Lunes alrededor de las diez de la mañana, crucé la avenida y ahí estaba. Me acerqué todo lo posible y traté de descubrir algún vestigio de luz, algún destello, algo que desacreditara aquella historia insostenible.
Pude ver algo.
Claramente.
En el interior de ese punto oscuro había algo.
Era una sombra, una sombra blanca. Una silueta casi humana que hacía ademanes.
De pronto parecía llamarme como si pidiera auxilio y al rato (yo estaba seguro) me echaba.
Estaba mirando la sombra cuando alguien me llamó golpeándome en el hombro muy desagradablemente.
Era un hombre alto, con un saco con coderas que le quedaba corto de mangas y anteojos oscuros.
Me miró por encima de los vidrios y me dijo con la más absoluta claridad y certeza:
- “No mire mas, no hay nada”
Se acomodó los anteojos y penetró en el pasaje.
Volví a mirar, pero la sombra blanca ya había desaparecido.

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