Lucía vivió prisionera. De su padre primero. De su marido después. De sus hermanos mas tarde. De sus sobrinos al final. Al ser la mayor, soltera y sin hijos, se convirtió en la “segunda madre” de todos como si esto significara algo para ella.
No. De ninguna manera, no es ni siquiera una ventanita en lo alto de su celda.
Algunas noches, sueña que se despierta y cierra la puerta por donde entra el frío de la frustración, para después volver a dormirse plácidamente. Otras, que vuelve a su pueblo y la están esperando con los brazos abiertos y que todo permaneció extrañamente igual, detenido en el tiempo, recordándola.
Cuando despierta, tiene que esforzarse para darse cuenta de que no es una monja de clausura, y que los votos que practica son contra su voluntad. Y se da cuenta que es mas fácil crear un imperio que liberarse de él.
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