La verdad es que no supimos manejar la situación con respecto a como le decíamos a la abuela que el abuelo Carmelo había muerto.
Nosotros suponíamos que la frágil salud que sufría servía como preaviso para cualquiera, incluso para la ella. A eso le sumábamos el tema de la edad; ochenta años siempre parecen ser suficientes para morirse.
Pero habíamos olvidado que nuestra perspectiva cronológica no es igual a la de la abuela. Para ella seguían siendo dos adolescentes recién casados, para los que todavía faltaba mucho para el tiempo de los disgustos.
El sol entraba a pleno por el techo corredizo de la camioneta, y calor creaba un clima agradable para ese otoño tan bravo que habíamos tenido.
Mientras pensábamos mil maneras de dar la noticia, y sin quererlo, nos íbamos acercando a donde nunca queríamos llegar, a la casona de patio generoso y galerías frescas, llenas de hortensias y de jazmines, con la cucha del Boby en el medio del camino y la mesa hecha de recortes de mosaico a un costado.
Estacionamos en la puerta y la abuela, que siempre venía a abrir sin esperar a que la visita tocara el timbre, extrañamente, esta vez no salió. Se quedó esperando en la cocina, a que llamáramos nosotros, a que tengamos que molestarnos hasta ella si es que queríamos darle una mala noticia.
Después de escuchar el timbre que sonaba con insistencia, tomó envión en los apoya brazos del sillón y se acercó arrastrando los pies hasta la puerta de calle. Antes de llegar tuvo el detalle de cortar una hoja seca del jazminero y tirarla al suelo. Miró las ramas de la parra diciéndose que había que podarla. En realidad, ya no sabía en que mas detenerse.
Así, cumpliendo con todo ese protocolo burocrático, llegó a la puerta. Nos obsevó a través del vidrio recortado, giró la llave y abrió. Se quedó callada como esperando que nosotros habláramos primero, pero la angustia se nos notaba en al cara y la garganta se inundaba de lágrimas que no podían salir por los ojos.
Nos miró fijamente y desde la autoridad que le daban sus 80 nos dijo: "Ustedes vienen para decirme que se murió el abuelo”.
Ante semejante convencimiento, no tuvimos mas que silencio y espasmos de cabeza gacha por la vergüenza que nos daba no saber remontar la situación. Pero siguió hablando, con nosotros malamente fascinados por su entereza.
"No me digan nada. Fue a las 5 de mañana. Yo estaba durmiendo y a esa hora, de noche todavía, un pájaro se paró en la parra y empezó a cantar. En el campo dicen que si un pájaro canta de noche, es señal de que alguien de la casa se va a morir."
Nosotros seguíamos ahí, petrificados. Fue hasta la cocina, volvio con un bolso y nos dijo que hagamos de cuenta que se había ido con el abuelo.
Esas fueron sus últimas palabras. Caminó para el lado de la avenida, dobló en la esquina y nunca mas volvimos a verla.
El resto de la familia nunca nos perdonó nuestra actitud, pero por mas que contemos como fueron las cosas, nunca nadie va a entender como son las cosas vistas desde el lugar donde el vacío ocupó todos los lugares.
4 comentarios:
hola gabriel!
te seguí hasta acá.
porqué te cambiaste de lugar?
hacía 3 años que no podía entrar a mi blog.
Super triste tu cuento....
Cariños,
Pelusa
como siempre...no me defrauda!!!!!
un gran beso!
laura desde la república separatista de la poesía (que es medio móvil)
LAURITA!!!!
que alegria leerte por aca...
gracias por tu comentario, despues te visito.
un beso!!
gabi: el blog se ve mal en el navegador IE. Yo uso Mozilla Firefox (soy una excéntrica)
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