El teniente Scott miró sus manos y descubrió que no tenían arrugas. Se arrimó hasta el espejo de metal y miró su cara bien de cerca. Sintió el calor de la lámpara y retrocedió con la seguridad de que su cara tampoco acusaba el paso del tiempo. Los científicos, tan teóricos, sacaban sus cuentas que ataban la velocidad de la nave, con el reloj atómico de a bordo, menos la velocidad de la rotación terrestre, comparaban con la velocidad de la luz... sería mas práctico preguntarle a él. Esa no era su cara y esas no eran sus manos. Parecían prestadas por un adolescente.
Ayer habló por radio con su familia y este hecho le recordó que todavía existía para alguien. Los encargados del experimento parecían haberlo olvidado, ya casi no le llegaban visitas y la cápsula permanecía a oscuras durante casi todo el día, en silencio, oyendo solamente el crujir de los remaches que sujetaban la capa aislante.
Scott pensaba en regresar lo antes posible, pero ya había pasado tanto tiempo en el espacio que sentía miedo por los riesgos del reingreso. Él, con toda su experiencia a cuesta, pero en esta soledad, no recordaba casi lo que era hablar con alguien cara a cara, discutir, sentir frío, calor... Solamente se aburría. Conocía todos los detalles de la cabina y se cansaba de ver luces que titilaban, de no tener horizonte.
Era también, y sin sonar pretencioso, un viajero del tiempo al que nadie había perdido de vista, o por lo menos los radares. Cuando se reencuentre con su familia, verá que las cosas han cambiado obviamente. Sus hijos habrán crecido, su mujer también; su perro posiblemente muerto y su equipo favorito descendido.
Y Scott seguirá con sus manos tersas y su cara iluminada por la juventud prestada por un rato mas, solamente, pero contento por verlos y disfrutarlos. E iba a decirles que nunca mas aceptará una misión tan larga y tan alejada de su familia.
Por larde, desde la base en tierra, el jefe de la expedición le comunica que la misma se extenderá por 6 meses mas. Scott protesta. Desde el otro lado de la radio le dicen que es una decisión tomada y que él como empleado del gobierno tiene que cumplirla.
Scott no contestó. Por primera vez vio flotar sus lágrimas en la ingravidez y apretó sus puños con fuerza por la impotencia. Miró sus manos y las notó arrugadas. Corrió hasta el espejo donde siempre admiraba su planchado rostro. Encendió la lámpara que le calentaba la cara y se descubrió las arrugas que antes no tenía, o no veía.
Había perdido así, el único recuerdo que les llevaría a sus hijos.
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