Las tareas estaban divididas de la siguiente manera: Yo contaba las vueltas que daba la calesita con cada boleto (o sortija).
Mario cronometraba el tiempo de las luces del semáforo. El tano anotaba las puteadas del tipo del taller cuando descubria que le habiamos desinflado las gomas de sus clientes.
Los resultados eran maravillosamente inútiles; la calesita daba 144 vueltas hasta las 2 de tarde y después bajaba a 140 hasta la hora del cierre. El semáforo duraba exactamente lo mismo en cada cambio de luces. Las puteadas eran hacia nuetras madres por la mañana y hacia nuestras hermanas por la tarde, invariablemente.
Este relevamiento terminó como había empezado, de un día para el otro y todos estuvimos mas aliviados, sobre todo por no tener vecino con taller, ni semáforo, ni calesita.
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