sábado, 20 de marzo de 2010

Timbres

Los timbres, en el oeste porteño, tenían la magia de transformar los hechos.
Así, en una casona de Liniers, cada vez que alguien llamaba a la puerta de la calle Cuzco, moría uno de sus ocupantes. El final de la historia es sabido: nadie de la familia Navarro había sobrevivido a ese destino.
Pero hay otros ejemplos mas benignos; los ocupantes del departamento de la rotonda de Juan B Justo por ejemplo, se salvaron de morir quemados al caer una inesperada lluvia cuando el sodero tocó timbre justo en el momento en que un cortocircuito empezaba a hacer arder el quincho.
Otros casos, menos trascendentes, siguen marcando el destino de este lugar.
Los únicos conocedores de este secreto son los pibes del barrio, que viven cambiando el futuro tocando todos los timbres que encuentran a su paso para luego salir corriendo.

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