El taller de don Blas desborda de trabajos pendientes; las muñecas se amontonan en una espera infernal que las nenas del barrio toleran con el único fin de tener nuevamente su preciado juguete en condiciones.
Cómo no maravillarse con los bracitos reparados, las cabezas arrancadas repuestas y las piernas en su lugar, nuevamente.
No hay precio para esa alegría. Los miembros faltantes él los consigue, con tiempo, pero los consigue.
El buen artesano sabe recurrir a todos los trucos y todos los secretos, aunque esto signifique robar algunos restos enterrados del cementerio de niños de Flores.
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