Insisto: nadie se atreva a impedir lo que mi hermano decidió.
Es lo último que digo ante las pocas personas que había en la puerta de casa, que pretenden imponerle su parecer.
Inmediatamente se escucha el corto ruido del tenedor clavándose en el dedo gordo de su pie para habilitar el paso del cuchillo con dientes de serrucho abriéndose camino entre la carne de aquel dedo.
Cuando termina de desprenderlo de su pie, lleva el bocado a su boca, sin culpa y con algo de dolor, con sangre en el piso, escurriéndose por su antebrazo, que pasa por la mano y antes por el mango del tenedor.
Mi hermano llora. Esta triste por que recién empieza y quiere terminar lo antes posible con su acción auto caníbal, más por el entorno que por sí mismo.
Mientras, los huesos que van quedando como basura sobrante de su carne, se acumulan al pie de la mesa.
La gente sigue en la puerta .Yo hago señas hacia adentro para que se apure por que en cualquier momento van a entrar por la fuerza y después de hacer esto lo van a detener..
Tardo casi media hora en tragar la mitad de su cuerpo, incansable, sin pausa.
Me hizo acordar a esos desafíos que consisten en ver quien consume más huevos duros en una hora.
Con la espalda apoyada contra la puerta, trato de contener a los que quieren entrar, al tiempo que le grito para que se apure. No sé cuanto tiempo mas voy a aguantar esta presión.
A lo 15 minutos, solo queda su cara y la mano derecha.
Se despide de mí y saborea el último bocado.
Suelto la puerta y la gente entra, pero se detienen al encontrar esa imagen tan impresionante para ellos.
Yo en ese momento estaba terminando de tragar el pulgar de la mano de mi hermano, el último de los restos posibles, cumpliendo así con la promesa de no dejar casi nada de él sobre la tierra.
Tomo un trago de agua, meto los huesos en una bolsa enorme de arpillera y salgo por la puerta de atrás de la casa.
Ningún humano puede comer huesos.